13 de enero de 2012
ACERCA DE LA MUESTRA LAS COSAS DEL CREER
Gramajo Gutiérrez, mi primer maestro
Por Pedro Gaeta*
La confesión, 1946. Óleo sobre madera
Fui a ver la muestra Las cosas del creer movido por un sentimiento mezcla de reconocimiento y de afecto. Alfredo Gramajo Gutiérrez fue mi primer maestro: yo tenía veintiún años, y dudas propias de esa edad; él me confirmó en mi vocación y, acaso sin saberlo, marcó el inicio de lo que sería mi carrera en la plástica.Con respecto a la muestra debo decir, en primer lugar, que está muy bien presentada, el lugar es óptimo y los curadores hicieron un trabajo notable. Las obras que seleccionaron abarcan una vertiente de la amplia temática de Gramajo Gutiérrez; en la faceta elegida, su pintura puede considerarse casi clásica, dentro de los límites de un costumbrismo criollo; recordemos inclusive que muchos siglos atrás todos los temas de la pintura eran de índole religiosa.
En mi opinión, lo que la temática elegida para esta muestra refleja es más bien una mezcla de religiosidad con superstición, describiendo esos fenómenos populares que se dan con respecto a las creencias religiosas.
En este caso, la creencia es un reflejo de la pobreza: en el interior del país, sobre todo, la realidad es muy hostil, y se recurre a la religiosidad para poder seguir viviendo. Las condiciones son tan adversas que la gente necesita una creencia para alimentarse de ella, y esa creencia significa también una práctica de la imaginación; es una lástima que no se utilice la creatividad para otra cosa, como por ejemplo cultivar un jardín o tener una participación solidaria en la sociedad; pero claro, el contexto de atraso no lo permite. Lo único que les queda a esos hombres y mujeres es recurrir a la magia; y cuando piden algo y no se les concede, entran en la resignación.
De entre los trabajos expuestos, destaco especialmente La confesión, que sobresale por su modernidad, con sus planos de colores yuxtapuestos y esa atmósfera de ocultamiento que transmite, y Día de elecciones en el Norte, tan recargado de personajes y de cosas, tan bien hecho y tan pleno de contenido social, sin caer en el panfleto; ambos muestran la tendencia del autor a ocupar todo el cuadro, sin dejar márgenes.
Gramajo Gutiérrez manifiesta una personalidad muy fuerte, que no tiene nada que ver con otros pintores de la época, y a través de un buen manejo del dibujo y del color es un mundo propio el que refleja en su obra, en la que se advierten además los rasgos humanísticos de la personalidad de un hombre muy honesto y comprometido con lo que pensaba y creía, y que tenía un gran sentido de lo popular.
Lo tuve como profesor de dibujo en la Escuela Manuel Belgrano. Él y Onofrio Pacenza fueron mis mejores maestros, aquellos de quienes más aprendí. Lo recuerdo como un tipo muy tranquilo y pausado en sus modos, muy comprensivo pero también muy crítico cuando evaluaba los trabajos de los alumnos, aunque siempre en términos de un buen diálogo y fundamentando sus juicios.
Nos iba marcando lo que tiene que ver con el buen dibujo, nos enseñó a trabajar muy despacio y suavemente la línea, a depurarla y después a ponerle sentimiento; hasta nos indicaba cómo tomar la carbonilla: “dibujar no es escribir”, decía. Y también que la mano sobre el papel tiene que ser como una paloma que está volando.
Se me grabaron las cosas que decía, y ahora las transmito a mis alumnos. Y cuando hice mi carpeta de Pintura pintada, la dediqué a mis maestros, y Gramajo Gutiérrez está en primer lugar.
*Presidente de la Sociedad Argentina de Artistas Plásticos (SAAP)