23 de junio de 2012
SE PRESENTÓ EL NUEVO LIBRO DE ÁNGEL PRIGNANO
Barrio de tango
Por Haydée Breslav
En el Espacio Cultural Marcó del Pont se presentó el libro El tango en el barrio de Flores. Una barriología tanguera, de Ángel Prignano.
Afuera, el frío de la ciudad. Adentro, la calidez del barrio. Porque este concepto, en la vieja casona de Flores, dejó (al menos por un momento) de estar asociado a inútiles disputas por un ilusorio poder territorial y recobró la entrañable connotación que supieron darle los creadores de la cultura porteña.
Mucho que ver tuvo en esto la decisión de Prignano al encomendar la presentación de su libro a Liliana Barela y a Roberto Selles quienes, en sus respectivas intervenciones, combinaron erudición con amenidad, a las que enriquecieron con matices emotivos, con lo que cautivaron la atención del público que colmó las instalaciones de la sala.
Las palabras
Así, Selles –reconocido como poeta y autor de rigurosas investigaciones sobre nuestro tango– comenzó definiendo al barrio como “el centro del mundo de cada uno”, y ejemplificó: “Yo vivo en Villa Ballester, en el Gran Buenos Aires; cuando nos citamos para reunirnos en el centro, los amigos me dicen ‘pero qué lejos vivís vos’; y no es así, es el centro el que está lejos. Mi barrio es el centro del país y del mundo: ese es mi sitio, de ahí salgo y allí vuelvo; y eso pasa con todos los barrios”.
Dijo después que “hubo muchos tangos compuestos en el barrio de Flores” y eligió centrar su comentario en “el más conocido de San José de Flores, que es asimismo uno de los más conocidos en todo el mundo”. Y precisó: “Estoy hablando de Adiós muchachos”.
Informó que “fue compuesto en 1927, letra de César Felipe Vedani, música de Julio César Alberto Sanders” y que “nace en el café Las Orquídeas, de General Artigas y Yerbal”.
Y continuó: “Lo graba Agustín Magaldi, que fue el primero, el 3 de agosto de 1927; vivía en la misma vereda, diez números más, exactamente en Artigas 212. Corsini lo graba el 10 de febrero del 28, y el tercero que lo graba es el que mejor lo interpretó, el que mejor interpretó todo: Carlos Gardel, el 26 de junio de 1928”.
Refirió que ese tango recorrió el mundo y que “en Estados Unidos se titula Tengo ideas, con letra que grabó Louis Armstrong”, que “se tituló Pablo el soñador en Inglaterra, donde se le hizo otra letra muy romántica, Te guardaré siempre en mi corazón” y que “en Francia plagiaron el título, en vez de Adiós muchachos le pusieron Adiós París”.
Al respecto, contó una divertida anécdota. “En Alemania compré un disco con tangos grabados allí, uno de ellos se titulaba Dos labios rojos y un tinto de Tarragona; era Adiós muchachos con letra en alemán, bastante espantosa por cierto”.
Y agregó que ese tango “en Italia figura con el título en castellano según la grabación de Milva, y es muy graciosa porque dice “adiós muchachos, me voy, los dejo, me llevan en cana”.
Manifestó después, con relación a la obra que presentaba: “Con este libro he aprendido; y es importante dar con libros de los que se puede aprender, porque nos pasamos la vida aprendiendo, y eso es justamente lo lindo que tiene la vida”.
Y concluyó: “Descubrir una obra valiosa es una fiesta para mí, y esa fiesta me la he dado cuando Ángel Prignano me regaló su libro en el café Margot de Boedo”.
Por su parte Liliana Barela, directora general de Patrimonio Cultural e Instituto Histórico del Gobierno de la Ciudad, consideró al principio de su intervención que el barrio “es el lugar donde se ha nacido o se muere, ese lugar del que uno dice ‘yo soy de’ y no ‘vivo acá’”.
Y prosiguió: “Yo ya no sé cuántos años hace que vivo casi en Monserrat, y cuando me preguntan ‘de qué barrio es’ nombro a Boedo, porque no puedo sacármelo de la cabeza y no me lo voy a sacar nunca, y es allí donde valoro esa pertenencia que es mi pertenencia”.
Destacó luego, “en este hermoso camino que nos propone Ángel de ir recorriendo la historia del barrio de Flores”, el hecho de que “siempre mantuvieron, tanto Flores como Belgrano, esa independencia de tenerlo todo, de decir que no necesitaban del centro”. En ese sentido, aseguró que “el diálogo que construye al barrio es, muchas veces, su relación con el centro” y explicó que “el centro quedaba lejos, al centro se iba, pero uno también se quedaba en el barrio, que era el mejor contenedor”.
En otro tramo, reconoció: “Yo descubrí, leyendo el libro, la cantidad de tangueros de Flores, autores de esos tangos que uno se deleita escuchando, y no los identificaba exactamente con ese barrio”.
Expresó asimismo que el libro “nos une con varias cosas que nos identifican como porteños” y enumeró: “Hablamos del tango, de los cafés, de los lugares bailables donde el tango tuvo su momento de esplendor y su momento de definiciones”. Y sintetizó: “Siempre estamos hablando casi del mismo tema o del mismo problema: dónde estamos y adónde vamos, qué somos, por qué el barrio tiene tanto peso en la construcción de nuestra propia identidad y qué pasó con esa construcción de barrio que se dio fundamentalmente en toda la ciudad en la década del 40”.
Por último, manifestó: “Ángel tiene la pluma que necesitamos y el corazón puesto en aquello que escribe para hacernos soñar e ir a través del tiempo por aquel barrio de Flores que Alberto Morán cantaba que veía tan cambiado, y al que nosotros también lo vemos cambiado; pero apostemos a que vamos por algo mejor”.
Se leyó después una adhesión de Ricardo Ostuni, tras lo cual el autor expresó sus agradecimientos.
La música
La secuencia musical fue la ocasión propicia para reencontrarnos con Ismael Jalil y la nueva formación de Plaza Flores Tango, que además del histórico guitarrista y arreglador Gabriel Genlote se integra ahora con Nahuel Perkal en bandoneón y Mónica Toledo Fernández en contrabajo.
Pudimos apreciar, en quien es la voz del conjunto, su madurez vocal y expresiva, así como un aplomo que le permitió dominar la escena desde un principio, mientras que los músicos mostraron solvencia profesional e infrecuente respeto por el género.
El primer acierto estuvo en iniciar su participación con Una emoción, de Kaplún y Suñé, para que lo que se escuchara fuera “voz de tango modulado en cada esquina / por el que vive una emoción que lo domina”.
Hubo después nostalgia en la interpretación del delicado vals Bajo un cielo de estrellas, de Francini, Stampone y José María Contursi, y reciedumbre en Te llaman malevo, de Troilo y Expósito. Y, como no podía ser de otra manera, Jalil homenajeó la memoria de Reynaldo Martín.
Pero la magia se hizo cuando invocó al más grande. Se reveló en su notable interpretación de Viejo smoking, de Barbieri y Celedonio Flores, y estuvo –y de un modo u otro nos alcanzó a todos– en la versión instrumental de Pablo, de José Martínez, precedida por la historia del Zorzal cantando entre lágrimas para un enfermo Pablo Podestá; en un perfumado Malvón, de Arona y García Jiménez; y en ese estupendo arreglo de Genlote de El choclo, donde juntó las dos puntas de la historia del tango, como señaló Selles. Y por esas cosas de la magia, además de este último, que está escribiendo un libro sobre ese tango, se encontraban en la sala Tito Rivadeneira y Osvaldo Cattáneo, autores de una enjundiosa investigación sobre Ángel Villoldo.
Por último Jalil, como un corifeo de antiguos rituales, nos hizo participar a todos en un conjuro contra la ajenidad y el olvido, invocando nuevamente al más grande a través de Volver y de Melodía de arrabal.
Nos costó abandonar la vieja casona: pensábamos en ese barrio que acaso nunca existió pero al que, como dijo el que vino después del más grande, siempre estamos llegando. Cuando finalmente nos decidimos, encontramos que afuera la noche ya no era tan fría.