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TRAS CARTÓN   La Paternal, Villa Mitre y aledaños
 29 de marzo de  2024
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“Las almas son barcos que pasan”

“Las almas son barcos que pasan”

Hoy se cumplen 130 años del nacimiento del poeta Héctor Pedro Blomberg, en cuya obra, según el gran Raúl González Tuñón, se mezclaron dos Buenos Aires: la del puerto “abigarrado y pintoresco, laborioso y tabernario” y la de “las viejas casonas y las callejuelas tortuosas”. 

Las biografías más accesibles no son demasiado precisas, y suelen repetir anécdotas difícilmente comprobables. Por nuestra parte nos limitaremos a decir, con Raúl Gustavo Aguirre, que Blomberg era porteño, que pasó parte de su infancia en Paraguay y que ejerció el periodismo.

Su primer libro de poesía, La canción lejana, es de 1912; le siguieron  A la deriva (canciones de los puertos, de las tierras y de los mares) en 1920 y, un año después, Gaviotas perdidas. A este último pertenece El chino del “Aurora”, que Borges incluyó en su trabajo La lírica argentina contemporánea, publicado en el número de diciembre de 1921 de la revista española Cosmópolis.                                                                        

En su comentario, definió a Blomberg como “un verdadero poeta” y enumeró “los horizontes hamacados por el oleaje; las estrellas que se bambolean sobre las olas que gritan; los severos docks, abarrotados de ausencia, donde las gaviotas que pasan semejan los pañuelos de los adioses; los vendavales largos como singladuras y los mástiles que izan como un trofeo la Cruz del Sur”, a los que consideró, “fijados en metáforas, los elementos integrales de los poemas de Blomberg, que son como una interpretación romántica del ambiente que crearon Marryat, Stevenson, Jack London y Rudyard Kipling”.

Y en un nuevo trabajo, Página sobre la lírica argentina de hoy, que apareció en el número de agosto-septiembre de 1927 de la revista Nosotros, colocó a Blomberg, junto con González Tuñón y Pedro Herreros, en la que llamó cáusticamente “Escuela del aventurero, del agua o del Paseo de Julio y la Boca”.       

Precisamente González Tuñón, quien también amaba, como Víctor Hugo, “el flujo y el reflujo, las canciones entre el estruendo y las ciudades en el horizonte”, reconoció que Blomberg “es quien introduce en nuestra poética nacional el tema portuario, de nuestro puerto, de otros puertos, del mar”; así, lo llamó “el poeta del puerto”.  

Este, en A la deriva, se interna en los bajos fondos portuarios para sentarse con los desdichados que fondearon en sus mesas y compartir con ellos el vino y el horror (“Nadie cantó su sombra, su dolor, su aventura; / solo yo, alguna noche de música y de alcohol / recogí su leyenda miserable y oscura / y canté su tragedia bajo la luz del sol”, Las veladas del bar).

Muchos escritores amaron el mar, y también a los barcos: Kipling, Herman Melville, Joseph Conrad, el capitán Joshua Slocum, Virginia Woolf, C. S. Forester y Pierre Loti, entre otros, supieron describirlos con bellas y sabias palabras; Blomberg los amó al extremo de identificarse con ellos. Si bien en Una canción en los muelles, del libro citado, la metáfora es muy modesta (“Mi vida fue un buque que errante y perdido / corrió por los mares al viento y al sol”), en su obra siguiente, Gaviotas perdidas, despliega una admirable serie para expresar, a través del azul del cielo y de los puertos amistosos, pero también de los  naufragios y de los cascos abandonados, la eterna ronda de la vida, los sueños y la muerte. (“Las almas son buques, son buques de ensueños, / navíos lejanos bajo el cielo azul / que pasan buscando los puertos risueños, / los puertos eternos de amor y de luz. // Las almas son barcos que pasan. Navíos / que buscan los climas lejanos del sol; / ¿Dónde van tus sueños? ¿Dónde van los míos? / ¿Dónde van las naves de nuestra ilusión? // Las almas son naves fantasmas. En ellas, / en noches de luna, se suele sentir / un canto que suena bajo las estrellas. / Un canto que dice ‘vivir y morir’. // Las almas son buques, errantes veleros / que al soplo del viento de la vida van, / y nuestros ensueños son los pasajeros; / cuando uno se muere lo arrojan al mar. // Las almas son barcos; algunos naufragan / en medio del viaje, bajo el cielo azul; / otros destrozados y perdidos vagan / por los anchos mares, muertos y sin luz. // Las almas son buques que encienden sus fuegos / y van a los puertos de nuestra ilusión, / y nosotros somos los pilotos ciegos / que vamos a tientas a la luz del sol… // Las almas son buques que pasan. Navíos / que al soplo del viento de la vida van; / ¿Dónde van tus sueños? ¿Dónde van los míos? / Cuando uno se muere lo arrojan al mar”).

Sus siguientes libros de poesía fueron Bajo la Cruz del Sur (1923); Las islas de la inquietud (1924) y El pastor de estrellas (1928).

Un año después, Ignacio Corsini grabó el vals La pulpera de Santa Lucía, que, según cuenta la tradición, surgió del pedido que le hizo el cantor a Blomberg para que escribiera una letra a la que el guitarrista Enrique Maciel pondría música. La pieza, en la que el poeta plasmó en delicados versos una historia de amor y altruismo en medio de sangrientas circunstancias, inició el llamado “ciclo federal” de Corsini, una suerte de saga porteña que incluyó varios otros títulos de Blomberg y Maciel, como los valses La canción de Amalia, Los jazmines de San Ignacio y Tirana unitaria, y el tango La mazorquera de Monserrat, entre los más conocidos.

En esa obra, observó Tuñón, “el poeta transitaba una calle espectral, que daba al río, una calle del pasado terrible y poético, con ventanas con rejas en San Telmo y antiguos candiles en Monserrat”. Y en la que estuvo acompañado por la aguda sensibilidad de Maciel, que se identificó con la del poeta para prolongarla en nobles melodías.

“El puerto perdió a su poeta”, sentenció severamente Raúl, quien explicó: “Lo atrajeron los hálitos trágico-románticos de la época de Rosas, la pugna entre federales y unitarios, la ‘plebe rosina’, como la llamara Borges, la Mazorquera de Monserrat, el mito novelesco de Manuelita Rosas, el rumor de las guitarras en ‘el patio que olía a diamela y la reja que olía a jazmines’”.

Sin embargo, los puertos y los viajes inspiraron los dos hermosos tangos de Blomberg y Maciel La que murió en París y La viajera perdida: los versos de este último son una versión modificada de La pasajera, un poema de amor y nostalgia perteneciente a Las gaviotas perdidas (“Vestida de blanco, sentada en el puente, / leía novelas y versos de amor / o, si no, miraba la espuma que hirviente / cantaba en la estela del viejo vapor. // En noches serenas, soñando a mi lado, / mareados de luna y ensueño los dos, / sus ojos miraban el cielo estrellado / pensando en el puerto del último adiós. // Pasajera rubia de un viaje lejano / que un día embarcaste en un puerto gris, / ¿por qué nos quisimos, cruzando el océano? / ¿Por qué te quedaste en aquel país?”).

El río también está presente en varias de las piezas del ciclo federal: así, “los sauces llorosos temblando en el río” cantan el trágico idilio de la protagonista de La canción de Amalia, vals que alude a la novela de Mármol, y el viento del río se llevó “la doliente y postrer serenata” del payador mazorquero de La pulpera de Santa Lucía. Y en el cuento homónimo, donde el autor desarrolla la historia esbozada en el vals, el río conducirá a Dionisia Miranda, la pulpera, y a su amado, el poeta unitario Facundo Larrazábal, a la vida y a la libertad.

Por otra parte, el propio Tuñón mentó los Cantos navales argentinos, de 1938, “con evocaciones nostálgicas, y cantos a Brown, Espora, Azopardo, Buchardo y figuras como la Novia del Capitán, Elisa Brown, la suicida hija del almirante”. (“Su nave lo aguardaba, gallarda y marinera, / y él te estrechó en sus brazos para decirte adiós. / Allá sobre las aguas tronaban los cañones / y el soplo de la muerte los envolvió a los dos... // (…) // Y mientras lo esperabas, soñando en la ribera, / los sauces te decían, Elisa, una canción / callada y misteriosa de amores en el cielo... / Allá lejos se oían los cantos del cañón. // Banderas a media asta volvió la capitana, / redobla por la muerte de Drummond el tambor; /  blanco traje de novia vestiste en tu agonía / y el río en sus espumas te vio morir de amor”).

Vale la pena señalar, por otra parte, que Blomberg exploró una interesante veta social, que cuenta entre sus mejores ejemplos a La canción de los tejedores, dedicado al gran poeta alemán Heinrich Heine y al poema que este escribió con motivo de la rebelión de los obreros textiles de Silesia en 1844 (“Al pie de tu losa hoy te lo diremos / en los versos rojos de nuestra canción: / desde hace ya siglos tejemos, tejemos, / telares cansados nuestras almas son. // Esperando el alba, con ojos abiertos / sin odio, sin ira y con inquietud, / tejemos sudarios para dioses muertos, / las rojas mortajas de la esclavitud”).

Blomberg se destacó también como autor teatral y publicó asimismo numerosos volúmenes de cuentos, relatos y novelas; sobre uno de esos relatos escribieron Vicente Retta y Carlos Max Viale el libreto de la ópera de Constantino Gaito La sangre de las guitarras, estrenada en el Teatro Colón el 17 de agosto de 1932.

Murió en Buenos Aires, el 3 de abril de 1955.

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