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Charles Chaplin: el arte apabullante

Charles Chaplin: el arte apabullante

Hoy se cumplen 45 años de la muerte de Charles Chaplin, personalidad crucial para la historia del cine. A propósito del aniversario, reproducimos aquí el trabajo que publicamos en dos entregas de la edición impresa de Tras Cartón en los meses de julio y agosto de 1994. Su autor es Juan Carlos Lozano, columnista por ese entonces de nuestro medio que firmaba como Fernando Domas.

Transcribo de la contratapa del libro consultado para esta nota: “La figura de Charles Chaplin ocupa por derecho propio uno de los lugares más relevantes en la mitología de nuestro tiempo. Ningún otro personaje del mundo del cine ha obtenido un éxito tan generalizado entre los espectadores ni ha provocado tanto interés entre los críticos y especialistas del séptimo arte. El genio de Charlot, acerca del cual parece que ya está todo dicho, permanece vivo y atrayente en la magia de sus películas”.

Esta aproximación es inevitablemente un homenaje al genio del bombín y del bastón.

I

Charles Spencer Chaplin nació el 16 de abril de 1899 en Londres. Sus padres eran cantantes de éxito en el teatro de variedades inglés. Más tarde se separaron y la madre de Charles adoptó el nombre artístico de Lily Harley como imitadora, bailarina y cantante de cuplés picantes en el music hall inglés. Empezó a tener problemas con su voz debido al continuo abuso que hacía de ella. Charlie hizo su primera aparición en escena cuando tenía cinco años: la voz de su madre había fallado una vez más y el director, que sabía que el pequeño obsequiaba ocasionalmente a los amigos con canciones cortas, lo sacó a escena. Chaplin obtuvo su primer éxito de público con una conocida canción de moda. Hubo risas y aplausos y una lluvia de dinero chisporroteó en el escenario. Aquella noche Charles apareció por primera vez en escena y su madre por última. Nunca volvió a recuperar la voz.

La situación económica empeoró debido también a la muerte del padre a los 37 años de edad en un avanzado estado de alcoholismo, de allí que no podía contarse más con el escaso dinero que enviaba a la familia. Por lo tanto, Charles y su hermano Sidney pasaron mucho tiempo en hospicios y asilos para chicos pobres. De esa situación de pobreza puede deducirse su creación del vagabundo como personaje central de sus historias. Pronto lo contrataron para la troupe musical de Fred Karno y, con ese elenco, a los 21 años ya estaba en Estados Unidos.

En 1912, en su segunda gira por Norteamérica, ancló definitivamente. En ese viaje lo acompañaba un cómico tan desconocido como él. Su nombre: Stan Laurel. A su vez, su compañía recibió un telegrama que cambiaría su vida: “¿Está en su compañía Charles Chaplin? Ordénele presentarse el sábado en nuestras oficinas”. Lo firmaba el productor Mack Sennett.

En 1913 la industria cinematográfica norteamericana se encontraba en un momento de floreciente expansión. Los films de más éxito, cuyo estilo condicionaría pronto todo el género, provenían de Mack Sennett y de su Keystone Film Company. Sus estrellas eran Ford Sterling y Mabel Normand. Los blancos preferidos de sus mofas eran aquellos miembros de la sociedad cuya dignidad y afectada elegancia estaban más estrechamente relacionadas con su profesión y por ello se prestaban fácilmente a ser ridiculizados: policías, clérigos o caseros provocaban las risas solo con aparecer en la pantalla. Entonces el dinamismo y la irreverencia de Chaplin encajaron perfectamente. Los temas favoritos de la compañía eran los enredos matrimoniales, pero Charles les añadió un vertiginoso ritmo. Sabía que en un público que espera el desenlace de una historia se puede provocar un entusiasmo expectante ofreciendo una acción con rápidos cambios y gags sorpresivos. A Chaplin todo esto le parecía eficaz, pero relativizaba las escenas de persecución porque anulaban la personalidad del individuo.

Así Chaplin filmó entre 1914 y 1918 unas 70 películas. Los filmes duraban alrededor de 15 minutos. En cinco años pasó de 175 dólares semanales al millón, siendo el primero en Hollywood en cobrar esa suma. Con el tiempo fue también el primero en ocuparse de todo: escribir, actuar, dirigir, componer la música y producir sus películas. En esos cortometrajes casi siempre fue acompañado por Mack Swain. Ustedes lo ubicarán: el gordo de los mostachos que siempre es el punto de Carlitos. Y por Edna Purviance, una rubia angelical con la cual coqueteó en la vida real y es la novia de sus filmes. De esas joyas del séptimo arte habría que señalar: Carlitos árbitro (The Knockout), Charlot vagabundo (The Tramp), Carlitos emigrante (The Immigrant), ¡Armas al hombro! (Shoulder Arms), con su mensaje antimilitar, y la que a mi entender es la más lograda: Carlitos en la Calle de la Paz (Easy Street), actuando primero como vagabundo y luego como policía que es continuamente apaleado.

En 1919, cuando los productores intentaron reducirle el cachet, se unió con las estrellas más significativas de la época –David Griffith, Mary Pickford y Douglas Fairbanks– y formó su propia compañía: la United Artists. No puede negarse que siempre cuidó sus intereses como el armado de sus películas.

En 1921 realizó uno de sus films arquetípicos: El pibe (The kids), junto a Jackie Coogan, el niño que más tarde se transformaría en el tío Lucas de Los Locos Adams. Esta es una de sus películas favoritas, pero de su desarrollo nos ocuparemos en una próxima entrega.

II

En esta reseña chaplinesca habíamos llegado al momento de El pibe (The Kid). Estamos por lo tanto en 1921. Es este uno de los filmes preferidos por Chaplin junto con Luces de la ciudad (City lights, 1931).

El comienzo de El pibe añade un nuevo elemento a la progresiva transformación del egocéntrico Charlot en un altruista, cuando se encuentra con un bebé que no pertenece a nadie e intenta dejarlo abandonado en un cesto, camuflárselo de contrabando a otra madre en el cochecito de un niño y, por último, piensa incluso si no debería echarlo a un colector para quitarse la responsabilidad. Pero finalmente decide quedarse con él. La siguiente escena, que tiene lugar cinco años después, muestra hasta qué punto se han acostumbrado el uno al otro y se han tomado cariño. Debe decirse también que en Jackie Coogan (que comenzaba así una sorprendente carrera como niño prodigio) encontró Chaplin un compañero con el que se podía medir en todos los campos. El director soviético Sergei Eisenstein afirma que en realidad “Charlot no es más que un niño grande”. No solo el niño es igualito a su papá, sino que Charlot se parece cada vez más al niño. La película obviamente fue un éxito.

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Su próximo proyecto importante le demandaría 17 meses de trabajo. Corría 1925 y el film en cuestión era La quimera del oro (The gold rush), una historia de vagabundos, ¡cuándo no!, que buscaban oro en Alaska, apareciendo uno de los temas predilectos de Chaplin: el hambre. Las acciones emprendidas anteriormente por el vagabundo o bien habían estado siempre determinadas por el hambre o iban encaminadas a evitarlo. En La quimera…, el hambre extrema produce una gradación más al no ser solo las acciones de Charlot sino también las de los otros las que giran alrededor de un único objetivo: COMIDA. Así, por ejemplo, cuando Charlot, que acaba de cocer su propio zapato, se sirve el trozo más grande, su vecino, envidioso, se limita a cambiar los platos, lo cual no solo es cómico sino también realista.

En 1932, después del estreno de Luces de la ciudad, emprendió Chaplin su segundo viaje a Europa. Esta vez fue recibido con entusiasmo. Durante el viaje tomó conciencia de los efectos catastróficos que arrastraba la crisis económica internacional y todo ello encontraría un claro reflejo en su siguiente película: Tiempos modernos (Modern times, 1935-1936). El fondo de esta historia lo tomó Chaplin de los reportajes de un periodista, según los cuales las personas que trabajaban en las cadenas de montaje de Detroit, a los pocos años, se convertían en despojos humanos. Otra referencia se situaba en recuerdos de Chaplin, que cuando era niño debía trabajar en fábricas con máquinas que en su fantasía amenazaban con devorarlo. Esta fantasía la muestra en la película, para la que hizo construir una máquina que se correspondía con sus sueños infantiles. La otra estrella de la película es su tercera esposa, Paulette Godard.

A partir de aquí Chaplin comenzó a ser acusado por el establishment norteamericano de tener simpatías comunistas. Sin embargo, observando detenidamente, sus criticadas tendencias izquierdistas no pasan de ser puramente superficiales. Ciertamente, Tiempos modernos basa su efectividad en el rechazo de los modernos modos de explotación, pero en realidad este rechazo hay que comprenderlo más bien desde un punto de vista estético y moral, dirigido más contra el proceso global de masificación, inevitablemente generado por la industrialización, que contra el sistema de clases.

En un momento tremendamente político, Chaplin no escondió la cabeza y luego de dos años de preparativos realizó en 1940 El gran dictador. La película está penetrada de dualismos: Chaplin interpreta tanto a un barbero judío como a un gran dictador político en obvia alusión al canciller alemán Adolf Hitler.

Con El gran dictador, alcanzó Chaplin el cenit de su éxito. Se convirtió en el mayor éxito financiero de su carrera una vez que se reveló como cierto su análisis del fascismo.

Su carrera prosiguió con intermitencias. En 1947 hizo Monsieur Verdoux, inspirado en la historia de un famoso asesino francés: Landrú.

Con Candilejas (1952) empezó la última serie de películas de Chaplin que, en general, suscitaron más críticas que aplausos. La gente le recriminaba haber olvidado que lo que todo el mundo quería era reírse con él y que en lugar de eso les echara sermones, algo similar, salvando el tiempo y distancia, de lo que ocurre actualmente con Woody Allen. En Candilejas, Chaplin se tomó a sí mismo como tema, esto es, la decadencia de un cómico. La película respira vejez por los cuatro costados y para redondear aún más el aire nostálgico introdujo a un cómico con el que nunca había trabajado, pero que también era figura importante: Buster Keaton.

La persecución política continuó y en 1952 decidió emigrar definitivamente de Estados Unidos con destino a Inglaterra y luego a Suiza. Filmó más tarde Un rey en Nueva York y en 1965 la inolvidable La condesa de Hong Kong, con Marlon Brando y Sofía Loren. La película contiene todos los elementos de una típica producción de Chaplin y es por lo tanto cómica y sentimental, pero ante todo excepcionalmente estática para su época y muy amante del diálogo, lo que le granjeó duras críticas que la presentaban como la obra de un hombre viejo que no sabe cuándo le ha llegado el momento de retirarse. 

Volvió a los Estados Unidos recién en 1972, cuando la academia de Hollywood decidió premiarlo con un Oscar por su carrera. En la Navidad de 1977 murió mientras dormía.

Hoy, la simple silueta de Charlot basta para que, como entonces, cualquiera lo reconozca. Alguna vez explicó: “El bastón simboliza la dignidad humana, el bigote la vanidad y los zapatos gastados la necesidad”. En épocas de materialismo infinito, esos botines descosidos se vendieron al mejor postor que los obtuvo por 69.300 dólares. La vieja magia, en cambio, no se vende, al menos por un precio superior al de una entrada de cine o el alquiler de un video.

Fuente consultada

Tichy, William (1988). Chaplin, Salvat Editores S.A., Barcelona.

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