Bertrand Rusell y la teoría del conocimiento
- Por Miguel Ruffo
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Se cumplen hoy 150 años del nacimiento de Bertrand Russell, gran filósofo y matemático británico que centró sus reflexiones en torno a la teoría del conocimiento. Especialmente brillante en lógica y filosofía de las matemáticas y en la gnoseología, desarrolló en un estilo claro e inteligible sus posiciones en torno a cómo el sujeto llega a conocer los objetos.
Bertrand Rusell no basó su teoría en el método hipotético deductivo (Marx) sino en las ideas provenientes del empirismo clásico (Hume) y del positivismo (Comte). Su fe en el progreso y en las ciencias naturales, a las que consideraba aliadas de la filosofía, proporcionó a esta las fuentes reales para sostener la teoría del conocimiento.
Según Rusell, la filosofía tiene su origen en el esfuerzo del hombre para alcanzar un conocimiento verdadero. Las ciencias, a partir de la delimitación de sus objetos de estudio, formularon las leyes científicas y estas leyes son, más que los hechos originarios, lo que constituye la materia prima de la filosofía. El objeto es en realidad lo que nos enseña la física, que afirma que “esta mesa” o “esta silla”, por citar un ejemplo, no es más que un sistema increíblemente vasto de electrones y fotones en rápido movimiento por un espacio vacío. Así, tendremos por un lado un hecho externo, a saber, “esta mesa” o “esta silla”, y por el otro lado una percepción del sujeto, la percepción que se genera de “esta mesa” o “esta silla”, que constituye un hecho interno que será expresado o comunicado por medio del lenguaje.
Para Rusell, conocer es una forma de reacción del sujeto respecto al medio ambiente, que es el objeto. El hecho percibido se constituye en un estímulo para los órganos sensibles del sujeto. Así, imaginémonos observando el horizonte de un atardecer. Este hecho estimula, excita a los ojos, a los órganos de la vista; los nervios ópticos transmiten el estímulo al cerebro, el cual, por medio de los centros respectivos, genera una imagen que se corresponde con el atardecer, y por medio de la palabra damos a conocer el atardecer percibido diciendo por ejemplo: “Estoy viendo al sol sobre el horizonte”. La percepción nos permite conocer algo del mundo exterior y ese algo no es la revelación directa de la realidad que el sujeto supone que es.
Para comprender esto debemos tener en cuenta lo que la física le enseña a la filosofía. Supongamos que nos encontramos, como dijimos, observando el horizonte en un atardecer y en ese horizonte vemos un barco. Supongamos también que son tres los sujetos que observan y que le preguntamos a cada uno de ellos qué es lo que están observando. El sujeto Nº 1 podría decir “Veo un barco”, el sujeto Nº 2 podría decir “Veo un barco a vapor con tres chimeneas” y el sujeto Nº 3 podría decir “Veo un barco transatlántico que va desde Southampton a Nueva York”. ¿Cuál de los tres sujetos dice lo realmente percibido? Los tres dicen la verdad, pero sus respuestas son distintas porque hay una dimensión subjetiva en el conocer, una dimensión en virtud de la cual el algo percibido, vale decir, el barco que se aleja en el horizonte, no es conocido totalmente en función del hecho externo, sino que han entrado a jugar factores que hacen al hecho interno. Al ver ese algo como barco o como vapor con tres chimeneas o como un transatlántico que está cubriendo la ruta entre Southampton y Nueva York, los sujetos han hecho una inferencia sobre lo visto a partir de sus aprendizajes, conocimientos o experiencias previas. El algo, lo percibido, está ordenado por el sujeto, cuando este lo conoce como barco, vapor o transatlántico.
Siguiendo a Rusell, todos nuestros conocimientos tienen su origen en nuestras percepciones, en los hechos que experimentamos; pero las percepciones difieren en función de los conocimientos previos del sujeto. Sin embargo, es el experimento lo que le permite al sujeto conocer. Hubo que esperar a Bacon y Galileo para que el método inductivo (partir de los hechos particulares para llegar a un universal por medio de una generalización) alcanzase el debido reconocimiento y desplazase al método deductivo y a los silogismos. Tenemos en el sujeto a los hechos fisiológicos y psicológicos y en el objeto a los hechos físicos. Si nos introducimos en el mundo de la física y nos preguntamos qué es la materia, nos encontraremos con que la física moderna, con la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica, ha revolucionado nuestro concepto de la materia. Esta ya no es lo que sostenían los materialistas del siglo XVIII. La materia se ha convertido en algo tan fantasmal como cualquiera de las cosas que suelen verse en las sesiones de espiritismo. De la teoría atomista de los antiguos filósofos griegos a la teoría atomística moderna y de esta a la desintegración de los átomos como unidades mínimas de la naturaleza, la materia se ha descompuesto en protones, electrones, rayos alfa, beta y gamma. El mundo físico ya no es de materia sino de energía. No hay conocimiento totalmente objetivo del mundo físico, del mundo de la energía.
Volvamos al ejemplo de “esta mesa” o “esta silla” como objetos observados y preguntémonos si realmente las vemos. La física nos dice que “esta mesa” o “esta silla” son un conjunto de protones y electrones. Pero no vemos ni a unos ni a otros. Actualmente nos damos cuenta de que no sabemos nada acerca de la cualidad intrínseca de los fenómenos físicos a menos que estos se conviertan en percepciones y sensaciones, en hechos psicológicos. Pero ya demostramos en el ejemplo del barco alejándose en el horizonte que lo que vemos no depende tanto del objeto barco sino de lo que previamente sabemos de este. La brecha que existe entre el sujeto cognoscente y el objeto conocido, entre el espíritu y la materia, se ha cubierto debido en parte a nuestras opiniones, a nuestros conocimientos, con lo cual el hecho físico depende más del sujeto que del objeto, con lo que podríamos llegar a concluir, teoría de la relatividad y mecánica cuántica mediante, que la física nada nos dice del carácter intrínseco de la materia. Y nada nos puede decir de ella porque la materia misma se ha evaporado, ha desaparecido y todo en el mundo físico no es más que un conjunto de energías. Si esto ocurre en el mundo de la física, no menores son los cambios en el mundo de la psicología, de la fisiología, en el mundo del sujeto.
Ya Descartes, filósofo racionalista del siglo XVII, por medio de la duda metódica, había puesto en tela de juicio la existencia del mundo exterior y llegado a la conclusión de que el único conocimiento absolutamente verdadero, del que no cabía la posibilidad de dudar, era precisamente el hecho de que estaba dudando y, si se duda, se piensa. Así formula su conocimiento veraz: “Pienso, luego existo”. Lo que a nosotros nos interesa de Descartes es la relevancia del sujeto en la relación de conocimiento: el mundo exterior (el objeto) puede ser puesto en duda y solo el sujeto es el conocimiento absolutamente verdadero.
Por el lado del empirismo, la otra filosofía de la modernidad, se sostuvo que todos nuestros conocimientos tienen su origen en las percepciones del sujeto y con Berkeley, máximo representante del idealismo subjetivo, se llegará a afirmar que “ser es ser percibido”: lo único que podemos conocer son nuestras percepciones, lo que el objeto sea más allá de lo percibido es incognoscible. Todo esto lleva al solipsismo: lo único que conocemos es a nosotros mismos. Lo único que conocemos de “esta mesa” o “esta silla” es la imagen que tenemos de la mesa o la silla. No tenemos ninguna certeza del mundo exterior. Lo que sea el objeto más allá del estímulo externo, si es que es algo, no se puede conocer. Los hechos de la física, igual que los de la psicología o fisiología, solo se alcanzan a conocer por medio de la autoobservación del sujeto. Que el sentido común crea en la realidad del mundo exterior, que los objetos son externos y que el conocimiento de estos se alcanza por medio de la observación, es una cuestión del sentido común, de la opinión, la cual, en el sentido de la doxa de Platón, está en las antípodas del conocimiento verdadero, que solo se alcanza por medio de la filosofía.
Fuente consultada
Russell, Bertrand. Fundamentos de Filosofía, Buenos Aires, Plaza&James, 1975.