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TRAS CARTÓN   La Paternal, Villa Mitre y aledaños
 19 de abril de  2024

26 de septiembre de 2011

EN EL MUSEO ISAAC FERNÁNDEZ BLANCO

El arpa, entre el cielo y la tierra

Por Haydée Breslav

Organizado por el Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco junto con argentmúsica, se realizó en la sede de aquel el concierto Los Maestros Arpistas.

 

Como pocos instrumentos, el arpa ha ocupado destacado lugar en la literatura y en la historia. Mencionada en el Génesis, tuvo como tañedor ilustre al rey David, quien pulsando sus cuerdas compuso los Salmos. Muchos siglos más tarde, Edgar Poe escribió: “Con frecuencia nos ocurre sentir con estremecedor deleite que de un arpa terrenal surgen notas que no pueden ser extrañas a los ángeles”. El más puro de los románticos españoles, en una de sus Rimas más famosas, la comparó con el espíritu que está “en el fondo del alma”, y Darío la incluyó con frecuencia en sus poemas; en uno de ellos cuenta que un hada le habló “con el acento / con que hablaría un arpa. En él había / un divino idioma de esperanzas”.
Acaso por su protagonismo bíblico o por su aureola romántica y modernista, cierto estereotipo ha asignado a este instrumento características celestiales, y lo imagina pulsado por espíritus bienaventurados que seguramente tienen un conocimiento infuso del arte.
Lo cierto es que en esta, como en todas las disciplinas artísticas, las condiciones naturales, por brillantes que sean, necesitan para desarrollarse en plenitud ser encauzadas por el estudio; de ahí la importancia del maestro.
Y precisamente a los maestros arpistas estuvo consagrado el concierto del que nos ocupamos.

Las palabras


Las palabras de apertura estuvieron a cargo de Estela Telerman, presidenta de argentmúsica, quien se refirió al meritorio objetivo de esa asociación, que consiste en “recuperar el patrimonio musical argentino que es bastante olvidado” y que “como es intangible, es más difícil de recuperar”, y destacó que se trata de un “trabajo a pulmón”.
Anunció después que el concierto sería explicado, y que en la sala se encontraba “lo más granado de maestros y arpistas locales”. En efecto: allí estaban Adriana Rocca, Etelvina Chinicci, Elena Carfi, Patricia Puricelli y Leila Suaya, junto con exponentes de generaciones más recientes y estudiantes.
Después de la lectura de una adhesión de Anahí Carfi, Marcela Méndez trazó una emotiva semblanza, que ilustró con la proyección de imágenes, de las maestras Margarita Samek y María Esther Moro, quienes cumplieron muy importante labor docente en nuestro medio, y de Leonor Luro Anchorena, quien fue presidenta de la Asociación de Conciertos de Buenos Aires, y mucho hizo por el desarrollo de la actividad. El homenaje incluyó referencias a Nelda Romani de Samek, madre y maestra de Margarita, y a las maestras francesas Lily Laskine y Marielle Nordmann.
“Los maestros son los responsables de que existamos como arpistas”, dijo Méndez, quien subrayó además “la importancia de ser formado desde niño”. Por otra parte, y hacia el final de su exposición, aseguró que “en un país donde es difícil hacer arte, es más difícil ser arpista”.

La música


La parte musical se inició con la ejecución, por parte de Arianna Ruiz Cheylat, de la Sonatina de Luis Gianneo. La interpretación permitió apreciar la diversidad de matices y las sonoridades límpidas y luminosas, así como la impecable factura que caracteriza a la obra de este compositor.
Después, Marcela Méndez puso de manifiesto cuán genuina es su entrega a lo que hace. En el Solo de Lucia de Lammermoor lo demostró con el preciosismo con que ejecutó esos románticos acentos. Siguió la Sonatina de Alberto Ginastera, perteneciente al periodo nacionalista del compositor; según contó Méndez, aquel la retiró del catálogo y pudo ser rescatada gracias a Nicanor Zabaleta, quien había guardado una copia. La interpretación llevó a cuestionar la decisión del autor; descontando la precisión de la técnica, impresionó por su fluida elegancia y su noble expresividad.
Por su parte, Oscar Rodríguez Do Campo ofreció un programa integrado por obras de Nicolás Segundo Gennero (En la tranquera y Duerme niño indio), Fernando Sor (Estudio N° 22), Manuel Ponce (Malgré tout) y Ariel Ramírez (Volveré siempre a San Juan), en todos los casos con arreglos propios.
Su intervención fue un rotundo contraejemplo del estereotipo que mencionamos al principio; más allá de que algunas de esas piezas pertenecieran a la corriente nacionalista, o directamente al folklore, sus interpretaciones fueron nítidas y enjundiosas, más próximas a las efusiones de este mundo que a las visiones de otro; en sus manos, diría un cronista de otros tiempos, el arpa fue más prometeica que apolínea.
Así, supo reflejar la infinita tristeza de nuestra llanura y recrear los ritmos de la tierra; también hizo un despliegue de virtuosismo (como en la pieza de Sor), que después de todo es una de las formas que asume la humana búsqueda de perfección.
A continuación se presentó el dúo Aquaviva, integrado por Sandra Aquaviva en flauta y Arianna Ruiz Cheylat en arpa. Ante esta conjunción de sonoridades, el cronista de otros tiempos evocaría la disputa entre Tarsias y Apolo; pero fueron otros los dioses y demonios que las jóvenes ejecutantes convocaron. Porque la obra que eligieron fue el Poema del pastor coya, de Ángel Lasala, que interpretaron en presencia de Zulema Castello, esposa del compositor. Plena de brío y de animación, la versión hizo lamentar que una obra que resulta tan atractiva al oyente no sea más difundida.
Por último, el dúo ofreció Pequeña, de Osmar Maderna, en arreglo de Carlos Ruiz. Se trata de un vals que, en épocas más felices, llegó a ser un éxito popular; en los barrios las muchachas cantaban los románticos versos de Homero Expósito.
Esta encantadora pieza cerró el concierto y en cierto modo también un círculo, pues gracias a ella el arpa recuperó sus connotaciones celestiales. Maderna fue un notabilísimo pianista y compositor de nuestro tango, que en su corta vida logró una obra preanunciadora de una vanguardia que por desgracia nunca se concretó. Significativamente, Concierto en la luna y Lluvia de estrellas son los títulos de dos de sus tangos más celebrados y conocidos; entre los otros están Escalas en azul y En tus ojos de cielo. Quería volar; comprendió que el pensamiento y la imaginación no alcanzan, y se hizo aviador. El colega de otros tiempos cerraría esta crónica diciendo que, poco antes de cumplir la edad de Cristo, Osmar Maderna tuvo la muerte de Ícaro.

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