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TRAS CARTÓN   La Paternal, Villa Mitre y aledaños
 28 de marzo de  2024

2 de abril de 2011

JUSTO Y MERECIDO HOMENAJE A UN POETA FUNDAMENTAL DE BUENOS AIRES

Proponen que una calle lleve el nombre de Raúl González Tuñón

 

Por Haydée Breslav

Un día después de cumplirse un nuevo aniversario del nacimiento de Raúl González Tuñón, el diputado (Proyecto Sur) Rafael Gentilli presentó en la Legislatura de la Ciudad un proyecto de ley para que una calle lleve el nombre del poeta.

La iniciativa, a la que se le ha asignado el número de expediente 539 – D – 2011, propone que se trate del tramo de la calle Amenábar comprendido entre las de Dorrego y Santos Dumont.

Por qué el poeta
En los fundamentos, se expresa acerca de Tuñón que “quien se acerca a su obra poética –que comprende más de veinte volúmenes, además de relatos, ensayos, teatro y numerosísimos artículos periodísticos– entra en un mundo indudablemente mágico, logrado mediante juegos de ritmos e imágenes que abren paso a las emociones”.
Dice también que “su creación ha resultado en muchos casos profética, como sucede con la de los poetas verdaderos, pero en Tuñón los vaticinios no surgen de la contemplación mística, sino de una lúcida visión de los seres y de las cosas” y que, “como muy pocos elegidos, conoció la dicha de pasar a formar parte del sentimiento y del canto populares”.
Se cita a Elvio Romero, quien manifestó que “sus poemas suscitan en el porteño una honda conmoción, como si ellos reencontraran un fragmento de su emoción, un toque eléctrico en su memoria”.
A continuación, se señala que “es indudable su influencia sobre muchos de los poetas porteños que lo sucedieron, tanto en la vertiente social como en la que se inscribe en la tradición urbana que inició Carriego, y Tuñón iluminó con su magia”. En ese sentido, se cita nuevamente a Elvio Romero: “Los nuevos poetas, los mejores por lo menos de las últimas promociones, tienen registros que proceden del suyo; me refiero, naturalmente, a quienes están sumergidos en la gran urbe e intentan también aprehender su fasto y su miseria. Es como si él hubiese encontrado el secreto y no existiese otro”.
Otro párrafo de los fundamentos relaciona al poeta con distintas personalidades de la cultura: “Gardel, Discépolo, César Vallejo, Nicolás Guillén, García Lorca y León Felipe se contaron entre sus amigos; Bertolt Brecht, Henri Barbusse, Paul Éluard, Louis Aragon, Waldo Frank, Nazim Hikmet e Ilya Ehrenburg, entre sus camaradas. En su homenaje escribieron poemas Robert Desnos, Miguel Hernández, Rafael Alberti, Ángel Gruchaga Santa María, José Portogalo y Horacio Rega Molina. Neruda dijo de él: ‘Raúl fue el primero que blindó la rosa’; Macedonio Fernández escribió que ‘Raúl era el más neto, genuino bohemio nuestro’; Nicolás Olivari lo proclamó el único poeta de la ciudad, Carlos de la Púa lo mencionó como su rival en el cariño a Buenos Aires junto con Jorge Luis Borges, y este último lo llamó ‘el otro poeta suburbano’; por su parte, Abelardo Castillo afirmó hace algunos años que ‘Tuñón es más poeta que Borges’. Ya en la madurez, se hizo célebre su generosidad hacia los poetas jóvenes: Juan Gelman fue uno de los que descubrió y alentó”.
El párrafo final de esta primera parte de los fundamentos se refiere a la reconocida consecuencia del poeta: “Creer en una sociedad justa, luchar por ella y mantener una inquebrantable línea de conducta le valieron postergaciones, discriminaciones, exilios, cárceles, un silencio sobre su obra que todavía perdura y una constante pobreza que lo acompañó hasta su muerte”.

Por qué la calle
La  segunda parte de los fundamentos incluye una extensa cita de un texto del poeta Rubén Derlis, que da razón de la elección de ese tramo de Amenábar. Transcribimos parte de ella: “En la casa que lleva el número 135 de la calle Amenábar, y al final de un largo pasillo, en el departamento 2, con ventana a las vías del tren, vivió los últimos años de su vida el poeta Raúl González Tuñón. (...) A este departamento llegábamos sus entonces jóvenes amigos en una sucesión casi ininterrumpida de visitas; de cada una de ellas siempre salíamos con nuevas sensaciones e ideas para desarrollar, surgidas de la anécdota vital o de la observación inteligente, como cuando hacíamos nuestras sus sesudas apreciaciones acerca de qué es lo medular de la poesía, o por qué no debe confundirse ‘síntesis con cortito’, como nos solía repetir. Una y otra vez debió contarnos, llevado por nuestra insistencia, cómo había conocido a César Vallejo, cómo había sobrevivido ese enjambre de artistas y poetas en la más impiadosa bohemia montparnassiana, o por qué le resultaba un tanto molesta la exagerada elegancia de Louis Aragon. (...) De a ratos su narración era interrumpida por el paso de los trenes que trepidaban bajo su ventana; ruido en movimiento que hacía vibrar los vidrios con sonido de caireles. Cuando la tarde decidía su mutis tras los últimos durmientes que parecían amontonarse a lo lejos y la penumbra entornaba nuestra charla, o su monólogo –que preferíamos sobre aquélla–, al cerciorarnos que se venía la noche partíamos a desgano; mas siempre al filo de irnos corría por el borde de la amistad la última alegría de una reencontrada anécdota. Nos dolía partir –hoy entiendo que nunca estuvo mejor empleado el término–, ya que siempre quedaban nuevas preguntas por hacer, experiencias de las que aprender, miradas hacia un futuro que urgía alentar”.
Los fundamentos consignan también conceptos del poeta Roberto Díaz, que así comienzan: “Recuerdo aquellas tardes de la calle Amenábar cuando, con mi amigo Lubrano Zas, nos cruzábamos de vereda para ir a verlo a Raúl González Tuñón, que nos esperaba. Allí, en esa vivienda, a pocos metros de la cortada, nos extasiábamos escuchando las historias de vida del gran poeta, historias de vida que iban surgiendo porque sí, ya que, jamás, Raúl hacía alarde de todo lo que había recorrido, haciendo gala de ese ‘Juancito Caminador’, seudónimo que lo acompañó durante toda su rica existencia”.
En su evocación, Díaz manifiesta: “Este trotamundos, este hombre que había escrito aquel libro encantador: La calle del agujero en la media, que había conocido a Paul Éluard, que había sido amigo entrañable de Robert Desnos, de César Vallejo, de Neruda, de Lorca, se sentaba en aquella casa de la calle Amenábar y nos daba lecciones de vida, de belleza, de discreción, de poesía”.
Palabras de Díaz, a la vez expresión de deseos y profecía, cierran estos fundamentos: “Querido Raúl, mi amigo, mi Maestro. Alguna vez, las calles de Buenos Aires tendrán que llevar nombres de poetas, nombres de gente que embelleció la vida. Ese día, la calle Amenábar deberá contar con su nombre porque aunque usted ya es eterno, tendremos que desmentir, los que aún andamos por aquí, aquellas líneas de su gran poema dedicado al Boulevard Saint Michel, del Barrio Latino de París: ‘porque las calles igual que los hombres / caminan un trecho por el mundo y pasan’”.

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